Crítica


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Habitada por nidos: La casa-poesía de Ariadna Vásquez


[Texto leído en la presentación de la edición El libro de las inundaciones publicada por Proyecto Literal/Limón Partido en México - 11 de abril de 2012, Casa del Poeta, Cuidad de México -por Nicole Cecilia Delgado]


A manera de presentación de El libro de las inundaciones, hice una lectura del símbolo de la “casa” en la poesía de Ariadna Vásquez, guiada por algunos de los conceptos que propone Gastón Bachelard en La poética del espacio. Pero antes de entrar propiamente al texto, quisiera iniciar esta reflexión leyendo unos fragmentos de dos mails que me escribió Ariadna en distintos momentos de los pasados dos años:

Presiento que las islas, o al menos la mía, tiene esa particular relación con el encierro. Es muy distinto en Puerto Rico, supongo, pues allá la gente puede salir de la isla, si tiene el dinero, claro, pero puede salir. Es decir, no se tiene ese problema de imposibilidad ante el mar, el muro, imposibilidad geográfica, como el caso de Dominicana o tal vez la imposibilidad es otra. Un dominicano emigra con todas las trabas posibles. No es fácil, y no es fácil para ningún lado. Por eso la gente se sienta en el malecón de espaldas al mar, quiero creer. Porque la belleza del mar puede ser terrible cuando sólo se le ve como un muro infranqueable.

(...)

Yo ya llevo seis años en México. Extraño mi ciudad pero no podría vivir allá de nuevo, al menos no ahora. Hay algo en mi ciudad que me entumece, que no me deja respirar bien. Supongo que es la humedad (es un chiste) pero no, es otra cosa. Tal vez porque ya todos mis amigos se fueron, emigraron a Europa, a Estados Unidos e incluso a Australia. O tal vez porque allá sólo tengo familia y no sé estar siempre cerca de ellos. Aunque lo disfruto cuando voy de vacaciones, pero es muy diferente a vivir allá.
9 de diciembre del 2010


Ahora que vivo lejos del mar mi relación se ha ido afianzando con él. Es como si el mar hubiera sido mi enamorado incondicional, de esos amantes que uno piensa que es díficil perder y que por ello, no nos atormentan, y ahora que ya llevo siete años encerrada entre montañas, siento que he perdido un poco su simpatía, su locura hacia mí, ya no soy su isleña, al parecer, soy un marinero varado, como el Sinbad de Owen, entonces ahora lo quiero de vuelta, quiero el mar conmigo y lo extraño como nunca antes, ando como enamorada histérica que se acaba de dar cuenta de su gran pérdida y se dispone a acosar al amante en todas partes. Le ando escribiendo mucho últimamente.
11 de enero de 2012



Conocí la poesía de Ariadna Vásquez en el 2010, en este mismo lugar. Se presentaba por primera vez en México la antología 4M3R1C4: Novísima poesía Latinoamericana, compilada por el poeta chileno Héctor Hernández Montecinos.  Nos tocó leer en la misma mesa, una después de la otra. Entre los textos que leyó ella habían fragmentos de El libro de las inundaciones.  Unas semanas después le escribí. Necesitaba leer todo el libro.  Asumí, equivocadamente, que esos fragmentos pertenecían a su libro anterior, Cantos del hogar incendiado. Al poco tiempo habíamos decidido publicar El libro de las inundaciones en Puerto Rico, bajo el sello de Atarraya Cartonera.  Gracias a ese vínculo, Ariadna y yo nos hemos escrito algunas cartas (mails).  El año pasado supe que finalmente se concretaba la publicación de El libro de las inundaciones en México, dentro de la colección Limón Partido. Se me encargó la misión de escribir el prólogo. Por suerte, estaba en Puerto Rico.  La isla, el mar por todas partes, la casa familiar, la distancia del amor, todas las situaciones me acercaban al texto. Me llevé sus poemarios a la playa y los leí en voz alta frente al mar, mirando al oeste, hacia la isla de Ariadna. No fue fácil.  Escribir desde dentro, aunque uno piense que escribe sobre lo que se conoce mejor, creo, implica siempre un reto mayor.  Al final sólo conseguí escribir un prólogo corto, lírico, más bien un homenaje, sin ningún atisbo de intención crítica.  Por suerte fue recibido bien y aquí estamos de nuevo, nadando alrededor de esos textos que tanto me conmovieron la primera vez. No puedo afirmar que conozco a Ariadna. Hoy, en efecto, es la segunda vez que nos vemos a los ojos. Sin embargo, presiento, a través de su escritura y de su voz, una complicidad especial que nos acerca, como si alguna vez hubiéramos vivido en la misma casa.

Casa.  Precisamente.  La imagen de la casaes fundamental para entrar al mundo lírico de Ariadna Vásquez. Como si su nombre mítico la hubiera marcado de por vida, las nociones de refugio y de retorno constituyen un hilo conductor dentro del laberinto de su escritura. La casa azul Cantos al hogar incendiado son los títulos de dos de sus poemarios anteriores.  Ya desde el segundo verso de El libro de las inundaciones estamos adentro:

Una canción es una casa y alrededor: rumores de ventanas y manantiales. Un amor es una casa, y adentro: los bosques con sus búhos, persiguiendo cerrojos entre las ramas, combatiendo la muerte con su canto oscuro. Todo porque el amor permanezca.
Un rostro tibio es una casa, su viaje triste a través de los espejos y adentro, su corazón marcado entre los ojos. También el cuerpo mudo transpirando frente al mar, también aquello es la casa. (2)

Nos hace pensar en Bachelard:

La casa, como el fuego, como el agua, nos permitirá evocar (...) fulgores de ensoñación que iluminan la síntesis de lo inmemorial y el recuerdo. En esta región lejana, memoria e imaginación no permiten que se las disocie. Una y otra trabajan en su profundización mutua. Una y otra constituyen, en el orden de los valores, una comunidad del recuerdo y de la imagen.

(...)

La casa en la vida del hombre suplanta contingencias, multiplica sus consejos de continuidad. Sin ella el hombre sería un ser disperso. Lo sostiene a través de las tormentas del cielo y de las tormentas de la vida.

(de La poética del espacio)

En La palabra sin habla, el segundo poemario de Ariadna, la casa también es un personaje central: palabras como rincón, cueva, lámpara, mesa, silla, escalera,  escondite y agujero cruzan el texto, ubicándonos adentro de ese espacio íntimo que, aunque seguro, puede llegar también a convertirse en cárcel.

Parece que Bachelard hablara de la escritura de Ariadna cuando afirma:

Veremos a la imaginación construir "muros" con sombras impalpables, confortarse con ilusiones de protección o, a la inversa, temblar tras unos muros gruesos y dudar de las más sólidas atalayas. En resumen, en la más interminable de las dialécticas, el ser amparado sensibiliza los límites de su albergue. Vive la casa en su realidad y en su virtualidad, con el pensamiento y los sueños.

El Libro de las inundaciones (y me atrevo a decir que ésta es también una característica de la escritura de Ariadna en general) se posiciona en eso que Bachelard llama “la más interminable de las dialécticas”.  A Ariadna le preocupan esos grandes temas del migrante o el exiliado: retorno, refugio, guarida, madre. Y también los grandes temas del artista: madre, mar, inmensidad, escritura.  Es necesario resolver una contradicción fundamental: aunque la casa es un recurso de la memoria que activa la imaginación creadora, aunque la construcción de la casa representa un gesto de creatividad (como gesta o gestación), también implica un movimiento de retorno hacia el espacio donde no se es libre.  La noción de seguridad lucha constantemente contra la noción de derrota que se intuye en cualquier retorno:

                       Al llegar a casa, madre me mira como se mira a un muerto 
                       o a un aparecido. (3)

                      Una dificultad hacia la casa, escribe Ariadna. La página blanca 
                      es la casa ahora y mis plegarias, ingenuas, piden por los días 
                      después de hoy y de mañana. (9)  

Y hay tejados, arribas y abajos de la casa que impiden o posibilitan la escritura o el ejercicio de la libertad:

                       Al bajar a la casa, mi padre ya está borracho. (...) 
                       Padre dice: ni siquiera llueve. No se puede ser feliz. 
                      A veces, y no por mucho tiempo.  (10)

Como afirma Bachelard, “La casa natal es una casa habitada. Los valores de intimidad se dispersan en ella, se estabilizan mal, padecen dialécticas”.  Luego el ahogo, el encierro, la inundación. Esa contradicción de desear un “cuarto propio”, habitado hacia el futuro y despojado de los memoriosos fantasmas de la infancia. La manifestación del deseo en su poesía vincula extrañamente (con su hilo de Ariadna) al hombre y al mar, al amor y al mar, al amor y a la escritura. Estos conceptos pasan a representar esa “inmensidad” que Bachelard relaciona con la dimensión del ensueño y la libertad de la contemplación, más allá de la casa:

Por el simple recuerdo, lejos de las inmensidades del mar y de la llanura, podemos (...) renovar en nosotros mismos las resonancias de esta contemplación de la grandeza. Pero ¿se trata realmente entonces de un recuerdo? La imaginación por sí sola, ¿no puede agrandar sin límite las imágenes de la inmensidad? ¿La imaginación no es ya activa desde la primera contemplación? (...) Cuando esa otra parte es natural, cuando no habita las casas del pasado, es inmenso. Y el ensueño es, podría decirse, contemplación primera.

Cuando Ariadna inundada implora “que por fin empiece un hombre a hacer mi casa” (16), yo, que siento que la conozco bien aunque no la conozco, pienso necesariamente en el mar, en esa otra casa frente al mar en donde sucede la inmensidad del amor o la escritura o llegamos a ser libres. 

Bienvenidos.


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Urayoan reseña REVIENTA



José Miguel Curet. Revienta. San Juan, Puerto Rico: Atarraya Cartonera, 2011; 40 páginas.

En el 2002 tuve el honor de presentar en Nueva York De visita, simples rutinas, primer poemario de José Miguel (alias “Jomi”) Curet (San Juan, 1976). Se trataba de un libro rumiante y nómada como el poeta mismo, que en aquel entonces se desplazaba entre Nueva York, París, Madrid y la isla– la diáspora como periplo vanguardista. Tras los puntos de referencia tipicamente curetianos–el ’27 o Miguel Hernández o la primera vanguardia latinoamericana–había un flâneur, un poeta citadino (por no decir en vano “poeta urbano”), asediando los downtowns como el Apollinaire de “Zone.” Estábamos buscando la ciudad imposible: cosmopolita pero con hermosa costra de isla, con sonrisas, a escala humana, un oasis en pleno hubris global. En el fin de milenio, cuando comprábamos CDs importados de musica post-global, la poesía circulaba y los que nos creíamos poetas apenas estábamos de visita.
Pero como bien dijo el Subcomandante (o alquien igual de post-global), el problema con la globalización es que los globos explotan. “Revientan”, diría Curet. Si los noventa fue la época de la visita, del promenade por el buffet global, los dos mil fue la década del reventón: post-utopia, terror global, colapso y todo eso.
Hay en Revienta deslumbrantes giros antipoéticos (¿post-utópicos?). El poema “Detrás de la pared” recuerda a Pablo de Rokha en su hermosa enfermedad: “me saco los mocos como si fueran tesoros” y “repito y repito / como psicópata que lucha por relumbrar / entre carbones.” Ahora la ciudad global de la vanguardia se diluye entre los hologramas mediáticos:
Todo vuela
todo retransmite
todo se ve en televisión
tu cara se ve en la pantalla
se ve por la ciudad levadiza
de suspiros cósmicos por donde pasas”
(27)

Pensándolo bien, no sorprende que en el reventón poético de Curet haya ritmos de rokhanrol, ya que Pablo de Rokha es también sujeto de su tesis doctoral. El caso es que aparece un paisaje póstumo donde, como dice uno de los poemas de Revienta, “el mar se come la ciudad”.
Pero entre la violencia y desilusión hay siempre otra cosa en la poesía de Curet. Algo alentador en el barroco compartido. Algo que nos acuerda en algo a José María Lima (1934-2009), gran poeta boricua que también entendía a la ruptura en su doble acepción: las rupturas formales y políticas de la vanguardia pero también el romperse (véase Arcadio Díaz Quiñones) de la memoria colectiva. Entre la memoria rota y la forma rota rotaba Lima, y por ahí también orbita Curet. That’s what poetry does: reventarnos los sesos. Pero revienta también por lo que se viene abajo. ¿Cómo hacer una selva lírica que no pierda de vista lo social, lo compartido en pleno reventón, sin social network? He ahí la dura tarea curetiana.
La mini-épica de Revienta se llama “la Isla de foam.” Curet no le teme a la moral social, pero a diferencia del plástico de Rubén Blades, en Revienta toditos/as estamos hechos de foam. ¿Polis polímera? ¡Qué seríamos en el trópico sin neveritas playeras! El detritus que nos asquea también nos constituye. Por eso la publicacion de Revienta en edición cartonera le va perfecto. Ser desechable pero somehowtodavia artesanal (véase De visita, simples rutinas, también libro no objeto– como lo es, por ejemplo, La casa de la forma (1986) de Che Melendes– sino audazmente casero). He ahí la apuesta de la poesía para Curet, no como gesto conceptual sino en la mano de obra. (O “mano de ogra,” como le puse a mi presentación de su primer poemario, evocando uno de sus más memorables poemas: “La ogra”.) La poesía como maniobra, la movida que nos queda, pero también como un candor monstroso. Tan sencillo y aterrador como eso.
En la isla del foam, todo populismo es “manos a la ogra”. Hay una sabia modestia en estos versos sin mayúsculas, levemente sincopados, cartonerizados, un elegante laborar, un laboratorio de espacios compartibles. Que yo sepa, Revienta no se parece a nada publicado recientemente ni en la isla ni en la diáspora; tal vez, en su apuesta a una lírica que recorre (espacios, tradiciones), encaja con aspectos de la obra de Mara Pastor (otra astuta lectora de Lima). Pero hay de todo un poco en los versos volubles e insolubles de Curet, desde la economía formal y existencial de Edwin Reyes hasta las hipérboles y los barrecampos de de Rokha.
Impresiona aquí el no-darle-breik a la poesía. Queda el barroco de De visita, así como la exigencia de que somehow en la encerrona la poesía siga siendo vaso comunicante. Pero en Revienta también se abraza al fracaso y se brinda por la duda compartida. Es la única manera, nos sugiere Curet. Para sobrevivir hacemos poesía y para que la poesía sobreviva tenemos que hacer y deshacer. Nutrirnos de todo lo que nos permite y a lo que nos condena esta ciudad-isla que habitamos (foam inclusive): sus playas y sus flatscreens. Como dice Curet al final del libro: “un preludio de otra existencia omnívora.” Tomad y comed. Hasta reventar.
Urayoán Noel (San Juan, 1976) es poeta y profesor en la Universidad de Albany, SUNY. Entre sus poemarios figuran Boringkén (2008) y Hi-Density Politics (2010). En la actualidad es becario postdoctoral de la Ford Foundation en el Centro de Estudios Puertorriqueños (Hunter College, Nueva York), donde está terminando un libro sobre poesía Nuyorican.

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Otoniel reseña CANDADA POR ERROR



Digamos que las coordenadas del último poemario de Mara Pastor, (2009), son un yo enfrentado a unos compañeros de viaje y unos territorios movedizos de la memoria. La pega que une ambas coordenadas es la literatura, no porque sea un libro de poemas, no la literatura como referencia a una tradición intelectual, sino la literatura como una actividad, como una forma de vivir, que condiciona la situación económica, doméstica, emocional y geográfica, de los que se han dejado engañar (como yo) de ese cuento de vivir de la literatura. Cito: “La literatura / me ha podrido la vida que soñé de niña / y le ha hecho una casa sin ventanas/la literatura me tiene de rehén mirando/ hacia la casa, lamentándome”. Y así, la imagen central de este poemario es esa bicicleta que sale en la portada y que es tanto el viaje como la condena (candada). “La bicicleta se transforma en laurel” dice en un momento el yo lírico, refiriendo a la compleja metáfora de Petrarca, mediante la cual thanto la amada (Lauretta) como el poeta se metamorfosean en el poema, en el laurel que es el trofeo del poeta. La bicicleta, la forma de vida, se hace literatura, pero repito, no literatura como escritura, sino como vida, forma de vida, de hecho, incómoda, que se atora “con tantos documentos mal guardados”. Esto me parece algo nuevo en la poesía de Mara, cuyos dos primeros poemarios se caracterizan más por una sensibilidad por la palabra, por la imagen compleja, por el “trazo” dirá Rafael Acevedo del lenguaje. Por el contrario el estilo de Candada por error es mucho más minimalista, menos barroco y más “literario”, en el sentido que he tratado de expresar. El poemario es casi una novela, cuenta una historia. La primera sección “La verdad es pan”, está en diálogo con un tú, con quien es tal vez un amante, un compañero del viaje. En la segunda parte “Conozco a Manuel”, domina una tercera persona, Manuel, una especie de modelo ético de esa vida de la literatura. En la tercera parte, “Cuaderno a mis hermanos” lo que domina es ese terriotorio perdido, ese desterritorio de los aviones y aeropuertos que es habitado por memorias, la casa de los padres, la isla, memorias de contrastes y de lo que la voz lírica dice que “veo desde mi ventana un parque lleno de niños / que juegan, una calle con casas de madera y techos / a dos aguas, como las que dibujábamos en la escuela, aunque entonces no / existían”. Claro, porque en Puerto Rico sólo hay techos de dos aguas en la imaginación, norteamericanizada de la vida, pero no en la realidad. La última sección es un poema largo, bello, que creo reanuda todos los registros narrativos y arcos poéticos del libro: el compañero de viaje, el loco deseado, el desterritorio, y siempre, la literatura como esa forma de vida que permite el viaje candado, el viaje hiriente, pero no un viaje idealizado, ni romántico, una vida como cualquier otra:“el poema se hace cuchillo”, “La mujer continúa escapando de mí / Ella no sabe por qué la persigo. / Yo no sé si la persigo.” Pero uno persigue y persiste, no por fe, sino porque es lo que pasó. La literatura, como cualquier otra de las torturas de la vida, pasa, y se agarra de todo, y nos hace lo que hacemos. Ahí empieza una ética de la literatura, que será tema para muchos libros.


Los dejo con un poemita de este libro que disfruté mucho, minimalista, juguetón y a la misma bien contundente, que juega con uno de esos autores que se interesó más por las formas de vida de la literatura que por la literatura como una cosa estética. Pero antes, una breve nota. Todos los libros de Mara Pastor han salido en editoriales pequeñas en Puerto Rico y México, una que otra versión en el website para auto-publicación lulu.com (donde podrán comprar alguno de sus libros!) y en su website, http://ohdiosarantza.blogspot.com/, y aún así, sus poemas han circulado lo suficiente para crear un grupo de seguidores en distintas partes del mundo, que comentamos su literatura con ella e intercambiamos ideas, y hacemos comunidades literarias. ¿Qué más queremos cuando escribimos? Por ahí, con Mara y con otros escritores jóvenes, podemos empezar a proponer otras formas de hacer (o de publicar) literatura, que prescindan de los grandes editoriales que nos venden libros terribles por 30 dólares que apenas circulan. Hoy, con colaboraciones entre editoriales pequeñas en distintos países y la comunicación que se establece en la blogosfera, los escritores pueden crear comunidades de lectores más sólidas y valiosas que con las horrorosas multinacionales, “mal necesario” de las otras generaciones cuando querían buscar comunidades afuera de sus circuitos nacionales. Sólo una idea, sólo por ponerla a rodar.



Conozco a Manuel
desde que lee a Bolaño
siempre que he visto a Manuel
hemos hablado de Bolaño
Manuel lee a Bolaño todo el día
y toda la noche porque
Manuel no duerme.



Me pregunto qué pasa
si Manuel lee a Bolaño
como cuando cae
un árbol en un bosque
que nadie escucha.


Luis Othoniel Rosa (Bayamón, 1985), está terminando una tesis titulada Anarquismos literarios: Macedonio y Borges. Su novelita, Otra vez me alejo saldrá en los próximos meses en Entropía (Buenos Aires).

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